
Ojinaga, una ciudad fronteriza que ha sido testigo de diversos hechos violentos en los últimos años, refleja una realidad triste pero palpable en muchas otras regiones del país. La violencia, generalmente vinculada a disputas de grupos armados, no solo afecta la seguridad de las personas, sino que también repercute de manera directa en el bienestar económico de la población.
Uno de los efectos más inmediatos de los hechos violentos es el impacto en la actividad comercial y el mercado local. Las tiendas y comercios, que dependen de la estabilidad y confianza para operar, se ven obligados a cerrar sus puertas debido a la falta de seguridad, lo que provoca una disminución de la oferta de productos y servicios. Esto, a su vez, genera una espiral negativa: menos consumo, menos empleo, y un debilitamiento general de la economía local. La gente, que ya vive con el temor de la violencia, ve también cómo sus posibilidades de mejorar su calidad de vida se ven truncadas.
Lo más preocupante es que la violencia en Ojinaga no solo afecta a quienes están directamente involucrados, sino que también genera un daño colateral a aquellos que nada tienen que ver con el conflicto. La alarma social, generada muchas veces por rumores, noticias distorsionadas o interpretaciones erróneas de la realidad, contribuye a un clima de pánico que a menudo es peor que los propios hechos violentos. Esto provoca que las personas, por miedo o desconocimiento, dejen de realizar actividades cotidianas, afectando aún más la economía. Además, al tratarse de una zona fronteriza, la conexión con mercados internacionales y el comercio binacional también se ve trastocada, generando pérdidas tanto a nivel local como nacional.
Es importante reflexionar sobre cómo nuestras acciones y palabras, aunque puedan parecer inofensivas o motivadas por el temor, pueden tener un impacto devastador en la situación. La difusión desmedida de rumores o el pánico generado por un pequeño incidente puede llevar a que muchas personas cambien su comportamiento, lo que termina afectando más gravemente la estabilidad económica y social. En este sentido, el llamado es a la responsabilidad colectiva. Es necesario que la gente, aunque comprensiblemente preocupada, trate de evitar caer en la trampa de la alarma infundada y de comprender que la solución a estos problemas no está en aumentar el miedo, sino en fomentar la calma, el entendimiento y la cooperación en la comunidad.
Ojinaga, como muchas otras ciudades, necesita reconstruir su confianza, tanto en el ámbito social como en el económico. Para ello, es fundamental que todos, desde los ciudadanos hasta las autoridades, trabajen en conjunto para ofrecer seguridad, información veraz y crear una conciencia colectiva que permita superar los obstáculos que la violencia ha puesto en el camino.